miércoles, 23 de febrero de 2011

Analogía de la arañísima Araña


La araña puede engullir cuantos bichos se le antojen. Es un hecho.
Si tienes suerte, quizá al verte merodeando sus dominios y al parecerle apetecible, haya tejido una de sus esplendorosas telas exclusivamente para ti.

O también pudiste haber caído ocasionalmente en su imperceptible red, sin que ella lo planease. Ésa, mi insectuoso amigo, es la peor de todas las situaciones. Pues probablemente acabes siendo abasto, comida de reserva.
Si este es el caso, no te entrometas. Mucho menos intentes jugar bajo sus reglas porque, una vez que te haya inyectado el veneno; estarás, sin notarlo, proclive a su voluntad.

Ahora bien, si logró suministrarte una dosis de su ponzoñosa cola fue por no haberte percatado de que te encontrabas, enredado ya, en su malla y, en menos de lo que brinca un grillo, estabas envuelto en un dulce y viscoso capullo. Agarrotado hasta el pescuezo.
Una vez ahí debes tener en cuenta que no será fácil salir. Principalmente, porque escapar será lo último que intentes. Tu voluntad se verá opacada con la angustia de ser devorado cuanto antes por la arácnida criatura. Ello empezará, entre otras cosas, a quitarte el sueño. A ti que solías ser paciente y desinteresado.
Sí, es efecto del veneno.

Ella, por otro lado, mantendrá el trato adecuado según el nivel de interés que note en ti. Si te retiene entre sus provisiones es porque de algo le sirves pero el provecho que pueda sacarte depende también del tiempo que lleves allí apresado. Recuerda que, si no te merendó en la primera semana, para ella no eres más que abasto. Claro que jamás habrá de admitirlo. Una vez que te haya hecho esperar lo suficiente, es decir, que haya terminado de perderte por completo el respeto, recién decidirá qué hacer contigo.
Y la probabilidad de que espere a que intentes aparentar ser comida fresca
(cuando en realidad llevas semanas, quizá meses ahí) es bastante alta. Porque si no te comió justo después de haberte encapullado se debe a que algún otro bicho tiene captada su atención, por lo tanto no eres más que otra conserva en su dispensa.   

Así que mientras te queden mínimos brotes de lucidez (los que cada vez serán menos) intenta pensar como lo que, por las circunstancias, has dejado de ser y haz todo lo posible por librarte de esa red, apartarte lo más que puedas. No mires atrás.
Ve y busca presas fáciles, qué importa si no son del todo agradables, necesitas alimentarte. La ponzoña en la sangre desintegra tu ego. Piénsalo, si ese no fuera el caso no habrías esperado tanto.
Quizá después de un tiempo le provoque incluirte en su menú. Quién sabe. Y si no, pues ya habrá alguna otra araña por la que valga la pena ser comido.
De lo contrario, si decides jugar al invertebrado valiente, probablemente te coma, sí, pero succionará lo poco que te resta de alma y acabarás siendo un cadáver más de cascarón vacío para el deleite de su colección. Eso en el mejor de los casos, porque una vez ingerido, bien podría abandonar tu red e irse a tejer una nueva para cualquier otro cucarachón que haya encontrado apetitoso.

Como verás, la araña es naturalmente, digamos, malintencionada. No la culpes, es su naturaleza. Sin embargo, la probabilidad de que ésta actúe instintivamente, sin malicia, es también alta. Aún así fuera el caso, debes pretender creerle cada palabra con naturalidad pero, secretamente, remitirte tan solo a pruebas táctiles.

La inocencia, fingida o real, es letal porque, una vez propagado este veneno, no podrás diferenciarla con claridad. Podría, incluso, volverse imposible de distinguir.
 
Oh, sí. Ella, intentando negar su naturaleza, pretende sentir más que afecto por su alimento pero no es que realmente quiera al insecto que sacia su lúgubre apetito, nah. Es simplemente que, por el momento, disfruta comérselo.
Cuando se haya cansado de succionarle todo lo que ambicionó y no la satisfaga más, pues se aproximará a algún otro bicho de su tela para ver si le apetece. Y depende de la astucia de este, que tiene ahora la oportunidad, lograr persuadirla de que quiera incluirlo en su menú.

Ah, pero claro, tú, escarabajo de caparazón blando, estás ahí atrapado… en un
rincón de su ponzoñosa tela. Y es aún peor que ella sepa el que te dejaras apresar adrede porque, ciertamente, les presta más atención a las presas que intentan zafarse.

Extracto de
“Todas tienen una araña en su interior”.